A veces sueño que sueño

Tengo un sueño que se repite muchas veces, que me sorprende algunas noches casi al alba y que me deja con un buen sabor de boca justo cuando suena el pitido del despertador.

Es una playa. Concretando más, diría que es LA playa, y quien me conoce bien sabe cuál es. Una cala rodeada de montes pelados donde escurre el agua sin miedo en las lluvias de primavera creando caminos propios. Ese lugar donde la tierra es marrón y gris y roja y negra, donde los viejos dicen que es peligroso bañarse en los extremos y que si vas temprano, muy temprano, tienes la sensación de estar estrenando el mar, colocado ahí para ti sola. En ese lugar una vez me encontré un pez manta en la orilla. Tenía un tamaño mediano y se había acercado a la zona del rompeolas, tal vez dejándose llevar y jugando con ellas. En cuanto notó el movimiento de los pies en el agua, comenzó a nadar hacia adentro hasta que lo perdí de vista.

En el sueño, entro en el agua y siento un escalofrío –real- notando el frescor al sumergirme entera y dejarme mecer por las olas. Luego me pongo a hacer el muerto mirando el cielo azul. Azul como el agua brillante, que refleja la luz de un día espléndido de verano.

A diferencia de la playa real, en mi sueño no hay nadie, porque me gustan las playas vacías, como una anacoreta que busca la soledad y el aislamiento, tal vez porque no hay mayor placer que bañarse desnuda en el mar, sin nada ni nadie.

Es ese mismo mar que une culturas y separa países, que tiene en su fondo navíos fenicios, romanos y galeones, y que se traga las vidas de miles de personas que se lanzan a él huyendo de la guerra, de los muros y la pobreza o que simplemente buscan una oportunidad, frente a la indiferencia de occidente. Ese mar embravecido y gris los días de tormenta, ese que bien conocen los pescadores cuando salen a faenar y que millas adentro, recorren delfines, tortugas y ballenas.

En el sueño, la arena está limpia, no hay rastro de colillas, ni plásticos de latas o tapones de refrescos. Apenas las huellas de una gaviota madrugadora y algunas posidoneas verdes en la orilla. El agua también está limpia, sin espumas de barcos ni restos extraños ni bolsas de plástico flotando en ella. En el sueño, veo incluso pequeños pececillos nadar alrededor mío, curiosos por la presencia de un cuerpo nuevo para ellos.

Sigo soñando cuando salgo del agua, me dejo caer en la arena, cegada por el sol cierro los ojos  y me quedo dormida.

pi-pi, pi-pi, pi-pi

Son las 7 de la mañana, las 6 en Canarias…

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