Los jóvenes en Belgrado tienen ganas de futuro

De todas las peculiaridades que tiene, una de ellas es que utiliza un doble alfabeto, el cirílico (el oficial) y el latino (el que se ha ido extendiendo en los últimos años), lo que parece llenar de orgullo a su gente, además de hacer incomprensibles los rótulos de las calles. Mezcla de las diferentes culturas y civilizaciones que han ido pasando desde hace siglos por esta región, Serbia es un país enclaustrado en los Balcanes, lejos del mar y donde aún se nota que no hace tantos años estaba en guerras fraticidas con sus vecinos de alrededor.

Serbia, Kosovo, Montenegro, Bosnia-Herzegovina, Macedonia, Albania, Eslovenia, Croacia… los Balcanes están llenos de historia, de guerras y fronteras que van moviéndose, y de numerosos escenarios clave en la historia más reciente.

Cuando el avión se va acercando a Belgrado, la primera imagen que me viene a la cabeza son esos dibujos infantiles donde el campo lo representan como trocitos de colores separados por líneas negras. Después de sobrevolar una zona llena de montañas puntiagudas con sus cumbres nevadas, Serbia aparece llana y verde, con casitas desperdigadas, campos de cultivo y diferentes praderas, cada una de un color y divididas por un muro de piedras.

El aeródromo Nikola Tesla es pequeño, pero tiene afluencia de viajeros extranjeros, sobre todo italianos. Oigo hablar en italiano en el avión, en el autobús que me lleva al centro de Belgrado, en el café donde paro a desayunar y en un semáforo mientras espero a que se ponga en verde. Muchos son hombres y mujeres jóvenes que trabajan aquí, pero también hay bastante turismo. Una pequeña incursión italiana en los países vecinos fuera de la UE.

Belgrado es sorprendentemente, bonita. Me sorprende porque aunque ayuda que haga sol estos días y que se puede pasear por las calles, me imaginaba una ciudad más industrial, más gris, más estropeada por la guerra y más fea.

Nada de eso. Me encuentro con una ciudad viva, con muchos espacios interesantes, parques, jardines, cafés, bares y mucha gente joven. Recuerdo haber leído que Belgrado era la “nueva Berlin” o la “nueva Barcelona” por el ambiente joven y alternativo que tiene, y en muchas cosas recuerda a estas ciudades. En sus calles se pueden encontrar desde la Iglesia ortodoxa más grande del mundo a los restos de un edificio bombardeado por la OTAN y que se mantiene tal y como lo dejaron no hace tantos años. También, como todas las grandes ciudades, tiene su zona más turística en la ciudad antigua, con restaurantes tradicionales donde amenizan la cena en directo músicos con acordeón y contrabajo cantando canciones populares. Otra opción es beber cervezas en los bares llenos de humo del centro donde ponen música rock y folk, o terminar la noche bailando en una fiesta que se celebra en un edificio reconvertido en centro cultural cerca del Danubio. O acabar en un apartamento que es un bar en un apartamento. O en una fortaleza que también tiene un bar dentro.

Sin embargo, no todo es tan optimista. La crisis lleva años pegando fuerte en un país que ha cambiado de nombre, dimensiones y gobierno en demasiadas ocasiones y en muy poco tiempo.

Un amigo que vive en un pueblo a un par de horas de Belgrado decía que en los últimos 20 años había cambiado de nacionalidad 3 veces sin moverse de su casa.

Serbia es también país candidato a entrar a la UE, más aún después de la entrada de Croacia en 2013, aunque no todos lo ven como algo positivo. Son muchos los que no tienen claro que les vaya a beneficiar el incorporarse a la UE, por lo menos a corto plazo. Las respuestas en general son más bien conformistas con la situación. La corrupción y falta de confianza en el sistema es algo generalizado. El sentimiento nacionalista fomenta el auge de partidos y movimientos extremistas y está también el conflicto con Kosovo. El paro entre los jóvenes es muy alto, la mayoría acaban emigrando o pluriempleándose para conseguir un salario decente, y muchos recurren a afiliarse a un partido político como forma de acceder a un empleo.

Hay una realidad de jóvenes escépticos que no acaban de creerse que Europa les va a beneficiar o que la situación en general vaya a mejorar, pero también hay muchos involucrados en iniciativas sociales.

Jóvenes que se organizan para formarse en algún tema que les interesa, para cubrir una necesidad que el Estado es incapaz de solucionar o simplemente para pasar el rato. Jóvenes como Irena Vari, que trabaja en una ONG local que ofrece comida a las miles de personas que cruzan Serbia intentando llegar a Europa y que duermen al raso cerca de la estación, o a los que colaboran en los campamentos de refugiados. O Jelena Dordevic, que a la vez que estudia un máster colabora con la organización que trabaja desarrollando proyectos europeos y tiene esperanza en encontrar un buen trabajo. Historias de una generación que ha vivido muy de cerca la guerra y la violencia, pero con una realidad no muy diferente a la que pueden tener muchos jóvenes europeos en los últimos años. La gran mayoría responde que le gusta viajar e irse de vacaciones a un país con costa, pero también que está harta de la corrupción, que quiere poder estudiar y no tener que irse fuera para trabajar. Un país con ganas de futuro.

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