Puerto de Gallinas, la mejor playa de Brasil

Porto Galinhas (Puerto de Gallinas) ha sido considerada la mejor playa de Brasil”, “Es como la Ibiza brasileña, ¡una pasada!”, “Tienes que visitarla, es impresionante”… Estos y otros comentarios similares es lo que dicen las guías turísticas y la gente cuando se le pregunta por alguna playa que esté bien por la zona del nordeste brasileño.

La realidad es que ni mejor playa de Brasil, ni Ibiza ni nada similar. Puerto Gallinas es un centro comercial. Al pie del mar, en un paraje natural precioso, se encuentra un templo del consumo sin complejos.

Su nombre proviene de que cuando se abolió la esclavitud en Brasil, aún seguía existiendo de manera ilegal el tráfico de esclavos, y para avisar de que llegaban al puerto barcos “negreros”, decían que venían llenos de “gallinas”. Actualmente, es imposible imaginarse esa realidad entre las oleadas de turistas que se bañan en sus aguas, aunque no hace tantos años de eso. Localizada a unos 50 km al sur de Recife, Porto Galinhas es hoy en día uno de los mayores puntos turísticos del nordeste brasileiro.

Conocida por unas piscinas naturales que se forman entre los arrecifes de coral al bajar la marea, sus aguas transparentes atraen a personas de todo el mundo a bañarse y bucear en ellas.

Calles peatonales llenas de tiendas de souvenirs, ropa y complementos de playa, actividades deportivas y de aventura, restaurantes y bares de copas avisan de toda la oferta de ocio existente conforme se acerca uno al mar. Muchas esculturas de gallinas y gallos de diferentes tamaños decoran las calles y comercios, olvidando el verdadero origen del nombre de la playa.

Gente y más gente hacen dudar de si estás paseando por un pasillo de un centro comercial en rebajas o llegando a la zona de costa del nordeste brasileño, y sólo una ligera brisa marina y el azul del mar al fondo te recuerdan que estás en una playa.

El paraje natural de las piscinas es impresionante. Por preservación medioambiental, ahora está limitada la entrada al arrecife de coral a un máximo de 200 personas por día, pero sólo el hecho de poder nadar en sus aguas limpias es una sensación increíble.

El problema es la cantidad de gente que puede haber allí reunida. Desde que se pone un pie en la arena, decenas de chicos jóvenes de los chiringuitos de la zona se te echan encima ofreciéndote su sombrilla al mejor precio.Si rechazas a uno, tendrás a 20 ofreciéndote la suya, así que la única forma de escapar es acabar cogiendo alguna. Bien. Una sombrilla con mesa y un par de hamacas. Sin embargo, al sentarte te das cuenta que te rodean otras decenas de personas que están igual que tú.

Cierras los ojos e intentas relajarte, descansar, desconectar de todo. Imposible. Un señor vendiendo cangrejos, otro ofrece gambas u ostras. A los cinco minutos, una chica que vende comida a la brasa y más allá un hombre con cocos. Combinados con y sin alcohol, hamacas, bañadores, bisutería, manteles, palos de selfie y fundas para el móvil, tatuajes de henna….hasta se acercó un hombre que vendía maquetas de barcos (tal vez recordando a los que venían cargados de esclavos).

Lo curioso es que esa realidad ocupa unos 200m de la playa, pero está tan bien organizada y hace tanto ruido que es muy difícil descubrir que más adelante hay una parte de la playa libre, vacía, con unos niños jugando al fútbol y varios barcos de pescadores varados en la arena.

Las dotes comerciales de todas las personas que se ganan la vida en esta playa son incuestionables. Tiene mucho mérito estar todo el día bajo el sol abrasador cargando con la mercancía que intentan vender, sobre todo cuando es comida que se puede estropear. Sólo los más tenaces consiguen volver a casa con las manos vacías y la bolsa llena de dinero. Por eso insisten, porque saben que alguien acabará comprándoles.

Ya lo decía una amiga brasileña al venir a España, “Aquí vuestro concepto de ‘ir a la playa’ es diferente. Vosotros vais a descansar, a relajaros…nosotros hacemos la vida en la playa”. 

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